Isabel nació en Lima en 1586 como una de las trece hijas de los Flores de Oliva, una familia española de origen noble asentada en Perú. Desde pequeña, su belleza le valió el nombre de Rosa, aunque no se sabe con certeza si fue su madre o una criada india quien comenzó a llamarla así. A los veinte años, decidió seguir el ejemplo de Santa Catalina de Siena y tomó los hábitos de la Tercera Orden de Santo Domingo, momento en el cual añadió "Santa María" a su nombre como muestra de su profunda devoción a la Virgen, a quien constantemente recurría en busca de amparo.
Su vida estuvo marcada por el trabajo y el sacrificio, especialmente después de que su familia enfrentara dificultades económicas debido al fracaso de los negocios de su padre. A pesar de las adversidades, trabajó incansablemente como empleada, bordadora y en el huerto familiar, llevando a los hogares la Palabra de Cristo y su deseo de justicia en una sociedad peruana afectada por la colonización. Transformó su hogar en un refugio para los más necesitados, atendiendo a niños, ancianos, indígenas y mestizos.
Aunque desde pequeña deseaba consagrarse a la vida religiosa, optó por permanecer como laica, viviendo como terciaria dominica en una pequeña celda en el jardín de la casa de sus padres, donde se dedicaba a la oración y la meditación en soledad, saliendo únicamente para participar en celebraciones religiosas.
En un momento de oración, frente a una imagen de la Virgen María, Rosa sintió que el Niño Jesús le pedía todo su amor. Sin vacilar, consagró su vida a Él, cultivando un amor exclusivo hasta su muerte, alimentado por la virginidad, la oración y la penitencia. Para ella, el sufrimiento era una forma de redimir el alma, como lo aprendió de Santa Catalina de Siena, quien también le enseñó el valor de la sangre de Cristo y el amor a la Iglesia.
Santa Catalina de Siena
Durante sus años de reclusión en su celda, Rosa revivió la Pasión de Cristo en su propio cuerpo, ofreciendo su sufrimiento por la conversión de los españoles y la evangelización de los indígenas. Se dice que sus actos de penitencia y sus mortificaciones fueron severos, pero también se le atribuyen milagros y numerosas conversiones, como el milagroso desvío de una invasión de piratas holandeses en Lima en 1615.
En vida, sus experiencias místicas fueron examinadas por expertos religiosos y científicos, quienes las consideraron como auténticos dones divinos. Tras su fallecimiento, en la noche del 23 de agosto de 1617, su reputación de santidad atrajo a una multitud a su funeral. Poco después de su muerte, se dijo que la Virgen de la estatua ante la que tantas veces había rezado le sonrió, lo que fue considerado un milagro por los presentes. En 1668, el Papa Clemente IX la beatificó, y tres años después fue canonizada, convirtiéndose en la primera santa del Nuevo Mundo. Santa Rosa es la patrona de Perú, América, las Indias y Filipinas, y es invocada en casos de conflictos familiares, heridas, erupciones volcánicas, así como por floristas y jardineros.