La Semana Santa en el Mundo

Escrito el 26/03/2024
Prof. Juan Alberto Sandoval Aldana

La conmemoración de la muerte y resurrección de Cristo constituyen la festividad de mayor importancia durante el año litúrgico.  

Según el Calendario General de la Iglesia concebido para el Rito Romano y que contiene el ciclo total de las celebraciones de los misterios cristianos, ésta consta de tres tiempos litúrgicos denominados: CuaresmaSemana Santa  y La Pascua del Señor.                   

 

                                                 

 En ellos se han constituido numerosas costumbres piadosas que contribuyen a la elevación del espíritu y a la penitencia pública y privada a la que la iglesia convoca en este tiempo extraordinario.

Según nos da a conocer la iglesia en distintos medios, el Calendario Litúrgico está constituido por todo el conjunto de fiestas observadas por la Iglesia, dispuestas en días propios  del año, con la excepción de aquellas que no han tenido un día fijo, llamadas “fiestas movibles”, que varían en su fecha cada año, según la celebración de la Pascua de Cristo, de la cual dependen.

La solemnidad de la Pascua de los Judíos regida por las fases de la luna primaveral, la cual recuerda el fin del cautiverio de su pueblo en Egipto y su diáspora por el desierto, durante 40 años, es celebrada desde el día 14 del mes de  “Nissan”,  mes que cae entre el 13 de marzo y el 11 de abril  del calendario cristiano, siendo para este año 2020 el 9 de abril.  Sufre una oscilación que va desde el 22 de marzo, como fecha más cercana y el 25 de abril como fecha más tardía.




La fijación cada año de la fecha móvil de la festividad de la Pascua y en torno a ella las restantes celebraciones, motivó el Cómputo Eclesiástico,  que no es más que el conjunto de cálculos que sirven para establecerla con correspondencia al ciclo lunar, cercano al “perigeo” durante el plenilunio, del cual depende su celebración,  afectándola también los fenómenos propios del ciclo solar con sus “equinoccios” y “solsticios”, resolviendo las fechas de otras   como la “epacta”,  el Número Aúreo,  La Indicción y las Letras Dominicales del Martirologio.

 

 

Los datos del Cómputo Eclesiástico se tomaron de fuentes bibliográficas anteriores a la norma del Concilio Vaticano II.  No obstante lo anterior, el origen de las celebraciones pascuales se remonta al Siglo II durante el paleocristianismo. 

Desde esa temporalidad se contempló la necesidad de una preparación previa, adecuada, por medio de la oración y el ayuno infrapascual   el  día Viernes y Sábado Santo,  anteriores al Domingo de Resurrección, práctica a la que alude la “Traditio Apostolica” escrita en el Siglo III, cuando  se exigía a los candidatos al bautismo, los nuevos cristianos conversos, a que ayunaran el día Viernes Santo.

Los periodos de preparación para la Pascua fueron consolidándose  hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy se conoce como Cuaresma, influyendo en ella las exigencias del catecumenado  y la disciplina cuaresmal  para la reconciliación de los penitentes.

La estructura orgánica de la Cuaresma  que antecede a la Pascua, se empieza a formar a partir del Siglo IV,  la cual surge sin lugar a dudas, vinculada a la práctica penitencial,  iniciándose la sexta y última semana, con más intensidad hasta el llamado Día de la Reconciliación, durante la Asamblea Eucarística del día Jueves Santo, primero del triduo pascual.  Por durar cuarenta días recibió el nombre de “Cuadragesima” o Cuaresma.                                                                                                          

En los últimos años del siglo V, el miércoles, jueves, viernes y sábado del tiempo ordinario previo al Primer Domingo de Cuaresma, se empezaron a celebrar como si estos días formaran parte del periodo penitencial de la Cuaresma, incorporados para compensar los días en que se rompía el ayuno para cumplir con la penitencia canónica.  

 

Durante su primera fase de organización se realizaban únicamente Eucaristías dominicales y asambleas los viernes, siendo hasta las postrimerías del siglo VI que se empieza a celebrar misa los 6 días viernes de la Cuaresma.

 El proceso de alargamiento del periodo penitencial continuó de forma irremediable propagándose a toda la comunidad cristiana.

Entre las tradiciones populares en Guatemala, durante la cuaresma, que enriquecen este acervo, sobresale la presencia de los fieles al paso de las procesiones, la visita a los templos en sus altares y sagrarios y la participación en los oficios propios de la liturgia de la conmemoración. 

Los recorridos cubren el centro histórico de la ciudad de Guatemala procedentes de los principales templos católicos pasando por rutas procesionales, cuyas estaciones se han recorrido por más de dos siglos, pasando por las sedes devocionales de imágenes de pasión y de gloria que presiden los cultos, teniendo cada una de ellas su día específico para la celebración de la procesión. Dentro y fuera del ciclo mayor de la semana santa reciben culto dichas imágenes, motivando sentidas reflexiones y meditaciones que las enriquecen.



Al revisar los anales históricos de la ciudad de Guatemala en el valle de la Ermita desde 1776, estando aún vigente el dominio español en esta parte del sur de Mesoamérica  encontramos la ocasión en que se ha prohibido por decreto de la autoridad constituida la celebración de la Semana Santa a extra muros, siendo el año 1797 en el que, por la influencia de la ilustración  en los gobernantes de turno, quienes califican las actividades penitenciales y procesiones de sangre con flagelantes mortificándose el cuerpo y la carne, como muestra de salvajismo e irracionalidad, se decreta la prohibición.  En auto de 1801 figura la queja del visor ante el gobierno local que refiere la transgresión de la norma, habiéndose realizando la mayoría  de las procesiones de esa semana santa en la ciudad de Guatemala del jueves santo 2 de abril al domingo de pascua 5 de abril de 1801.  

En el periodo independiente, en la segunda mitad del siglo XIX a pesar  del decreto de extinción de las hermandades y cofradías de pasión y los preceptos constitucionales liberales que entraron en vigencia en 1879 con la declaración del estado de Guatemala como estado laico y la persecución sistemática a la Iglesia católica conllevando la prohibición de las tradiciones populares fuera de los templos, la restricción de la doctrina cristiana y la merma de las piadosas costumbres,  las procesiones de semana santa continuaron realizándose  a intramuros, realizadas por los fieles vecinos, que nos legaron una devoción auténtica, no improvisada. Solo se realizó la procesión de La Reseña en el templo de la Merced.  En junio de 1882,  el supremo gobierno liberal de Rufino Barrios suprime la procesión del santísimo sacramento en la procesión del Jueves de Corpus. 

En el siglo XX, a pesar de los terremotos de 1918, la ciudad de Guatemala y diversas ciudades cabeceras y municipales del interior celebran la semana santa, mermada en algunos casos, entre las ruinas provocadas por el sismo.  A mediados del siglo, se producen importantes cambios políticos en la ciudad de Guatemala, no obstante no se registran restricciones a la celebración de las tradicionales procesiones en toda la república.  Es en el último cuarto, en febrero de 1976, víspera de la cuaresma  de ese año, cuando se produce nuevamente un terremoto de grandes magnitudes que afecta a la población con un registro oficial   de 23,000 muertes y destrozos a la infraestructura del país, no obstante lo anterior las costumbres cuaresmales y el calendario de la Semana Santa con sus procesiones se celebra con todo su esplendor.

Este año 2020, por decreto del gobierno se suspenden muchas de las actividades publicas y entre ellas las procesiones; el culto interno se limita a grupos menores de nomás de 100 personas en el interior de los templos en beneficio de los fieles,  para evitar  el riesgo de contraer el virus COVID 19, pandemia que afecta al mundo por lo que los medios de comunicación masiva cumplen su función de formar a la ciudadanía, en el plano espiritual enfatizando la meditación y la oración, por lo que esta guía pretende acompañar a los fieles en sus actividades meditativas vinculadas a la pasión de Cristo, haciendo deducible la veneración  a las imágenes principales que se veneran en los templos de las grandes urbes citadinas en el valle central y que se procesionan cada Semana Santa,  las cuales quedarán en sus tronos y altares expuestas para el culto.